22/08/2016 - Murió este viernes (Día Mundial del Folclore) Doris
Ferreira, funcionaria municipal, docente de danzas folclóricas de la Escuela de
Artes primero y del Centro para las Artes Escénicas ahora, víctima de una
enfermedad que en el último año le había afectado severamente la calidad de
vida.
Doris era una mujer especial. Amaba la danza y a la gente,
se dedicaba a ambas con alma y vida, se postergaba a sí misma y siempre, en
todo momento, priorizaba a los suyos, a su gente.
Administraba sus grupos de baile y los recorría a como diera
lugar y, cuando le pedíamos que por favor no insistiera, que los estragos que
la EPOC hacían en su cuerpo le harían imposible continuar, insistía y pedía
permiso para un día más.
Así fue que, finalmente, fue abandonando esos grupos –más por
nuestras insistencias que por su propio deseo- guardándose la relación con la
comunidad de las Misioneras de la Caridad, conocidas como la congregación de la
Madre Teresa de Calcuta. Ellas la llevaban y la traían, la cuidaban.
Allí se involucró con la comunidad; la danza era la excusa,
la gente, y en especial la gente pobre, eran su causa.
Nunca, en ningún momento, perdió el espíritu. Siempre se
veía mejorar, siempre decía sentirse bien, siempre animada para una clase más,
para trabajar, pese a lo que era obvio.
Un ejemplo. Hecha en la cultura del trabajo. Digna madre y
esposa. Excelente compañera, laboriosa, dedicada, comprensiva. Incapaz de
discriminar a un niño o un adulto por causa alguna. Jamás.
Hoy no escribo estas líneas como periodista, lo hago como su
compañero y su jefe. Aprendimos de ella la cultura del trabajo, la abnegación,
la bonhomía, el optimismo y el buen humor. Pero por sobre todo aprendimos a
amar lo que hacemos, a la gente para la cual servimos, como ella amaba a esas
camadas de bailarines que llenaron escenarios, que lucieron su arte y
disfrutaron la música.
Doris era una mujer que tenía fe y fuerza para mejorar el
mundo, aunque el mundo se le resistiera. Y lo hacía sin discursos, sin falsos
feminismos, lo hacía porque le salía así, porque sí y de alma.
A sus amigos, compañeros y familiares, a su esposo e hijo, a
los cientos de bailarines que la siguieron, un abrazo en este momento de dolor
compartido.
A.R.R.
(Escrito para El Heraldo)