Álvaro Riva Rey*
Se ha iniciado en estos días en el país un análisis sobre la
necesidad (o no) de un sistema nacional de cultura que, además, está plasmado
en una ley nacional de cultura. Ambos nombres, aunque suelen escribirse con
mayúsculas, como si fuera un nombre propio, son, en realidad, cuestiones que se
acercan más a las minúsculas.
Surgen de un análisis llevado adelante en el anterior
gobierno, cuando directores de cultura de los departamentos se reunían con la
Dirección Nacional de Cultura (DNC) para analizar algunas líneas comunes de
acción.
El análisis podría iniciarse, precisamente, allí. En esas
reuniones que, para el lector podrían parecer importantes o no, pero que en
realidad eran con una pequeña fracción, la DNC, una de las tantas reparticiones
que lo componen.
LA LOCURA URUGUAYA
Aparte de estar compuesto por la Fiscalía de Corte y
Procuraduría General de la Nación, las fiscalías de gobierno, la Procuraduría
del Estado, la Dirección General de Registros, y la Dirección General de
Registro Civil, a este ministerio al que no se le reconoce ningún mérito en
materia de Educación, se le agregan decenas de otras reparticiones.
A saber, las direcciones son: de Educación, de Cultura (la
mentada DNC), de Centros MEC, de Innovación, Ciencia y Tecnología, de Asuntos
Constitucionales, Legales y Registrales.
Pero además tiene el SODRE, TNU, la Biblioteca Nacional, la
Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación (CPCN), el Instituto Clemente
Estable, el Archivo General de la Nación, el Museo Nacional de Historia Natural
y Antropológico, el Museo Nacional de Artes Visuales, el Museo Histórico
Nacional...y ¡para qué seguir!
Para la cultura del interior, en ese mar de
“institucionalidad cultural”, un complejo sistema de elementos vivos y
colgantes, cual móvil de dormitorio infantil, es difícil no sucumbir.
UN SISTEMA, MIL
SISTEMAS
Ya existió un sistema de teatros que fracasó. Una ley que
pretendía asesoramiento para el desarrollo de la actividad teatral, con obras
itinerantes, que nunca funcionó.
Ya existió, también, un sistema nacional de bibliotecas, que
ponía a la Biblioteca Nacional en la cúspide y que tenía que regular y dictar normas
que rijan a las bibliotecas y sistemas de bibliotecas del interior y fracasó.
Nada de nada. Se habla de volver a formar la comisión que de la ley nace, pero
¿para qué? ¿Con qué propósito, si lo que hay para repartir es nada?
Hoy existe un sistema nacional de museos, recientemente
creado, con una ley que además regula la actividad de los museos, pero, sin
propósito alguno.
Si no hay recursos, ni asesoramiento, ni nada, ¿para qué
viajar a Montevideo de tanto en tanto?
FRACASO TRAS FRACASO
Dicen que Uruguay está retrasado respecto de otros países en
cuanto a una ley que regule la actividad cultural; en realidad parece que está
adelantado respecto de una institucionalidad galopante. Una institucionalidad
híper-real.
Los directores de cultura del interior, que hacemos lo que
podemos con lo que tenemos, deberíamos reclamar, al menos, una “ventanilla
única” en el MEC.
Por un lado, negociamos con el SODRE sus elencos, por otro
los fondos concursables, con cada uno de los museos y no existen muestras
itinerantes ni préstamos de obras de arte, con los centros MEC “en territorio”,
con la CPCN, con el Archivo General de la Nación, con la Biblioteca Nacional… y
si por allí requiriéramos la restauración de un cuadro, nos dicen que hay lista
de espera para 10 años.
EL MEC MATA
Este MEC, así como está concebido, atenta contra la cultura
y hace poco por la educación.
Al menos visto desde el interior, que sigue padeciendo la
macrocefalia cultural y la estructura exasperantemente centralizada.
Y piensen, si así es para quienes vivimos a cien
quilómetros, cómo será esto para un director de cultura (y un ciudadano) de un
departamento de frontera.
Y para colmo de males, a veces, para concertar una
entrevista, se tardan dos o tres semanas.
*Periodista y director
de Cultura.